Ni una menos: fuerza política, callejera y popular

Ni una menos: fuerza política, callejera y popular

 

Ni una menos surgió para decir basta a la violencia contra las mujeres. Para decir que Vivas nos queremos, como se enunció en otros confines de América latina.

Durante estos dos años, el grito Ni Una Menos profundizó su sentido de denuncia a la violencia patriarcal y a la complicidad y responsabilidad del Estado por acción y por omisión frente a la amenaza constante a nuestra integridad, a nuestras vidas. Hoy liberaron a Higui, que el Poder Judicial machista detuvo por defenderse de una violación masiva y correctiva. La sacamos entre todas, en esta trama que seguimos construyendo.

Describimos la violencia patriarcal, sus mecanismos, sus vínculos con la desigualdad económica, la represión política, las lógicas del racismo, del colonialismo y la explotación. No como enlace entre términos abstractos, sino encarnados en la vivencia de nuestros propios cuerpos, en las ataduras, en las huellas del dolor, en las sumisiones que nos exigen, en las tristezas del empobrecimiento. Ni Una Menos está escrito en nuestros cuerpos, nuestras demandas pueden leerse en las cicatrices que implican, ahora, en este tiempo, ser mujer, vivir como mujer. Por eso cada vez que salimos a las calles, las desbordamos. Nadie habla por nosotras en las marchas, construimos discurso con nuestros cuerpos en la calle.

Pero resulta que ahora nos quieren hacer creer, desde la televisión y la radio, desde diarios de circulación nacional y en la voz de personajes mediáticos a los que se corona con premios al periodismo -aunque hace tiempo que abandonaron el oficio para dedicarse a las operaciones políticas-, que las mayorías son ingenuas y que grupos ocultos hablan por nosotras; que la política no es nuestro terreno y que deberíamos volver al lugar puro de la víctima total que suplica y jamás disputa sentidos. Sin embargo, tres veces salimos el 3 de junio, y dos veces más nos organizamos para hacer un paro de mujeres. Los últimos dos Encuentros Nacionales de Mujeres multiplicaron exponencialmente sus participantes: la fuerza feminista es evidente, la movilización crece como una marea por decisión de cada voluntad que la alimenta. Nadie va a convencernos de que somos corderos.

Centenares de miles de mujeres en todo el país y en otros países, construimos juntas un movimiento plural, heterogéneo, en red, entre organizaciones y grupos, ideologías y creencias, grupos sindicales, estudiantiles, sociales y partidarios. Nuestras voces fueron entramándose en documentos que se acuerdan en asambleas y discusiones políticas que se tejen gracias a las prácticas cotidianas de organización y resistencia. Compartimos una poderosa vocación de transformación, hacemos potencia del duelo por aquellas que fueron asesinadas, violadas, violentadas, buscamos ampliar los derechos y libertades, y nos reconocemos fuertes, deseantes, productivas, creadoras. Cuando paramos, es para señalar que somos todo eso, aunque nos quieran solamente víctimas.

Ni antes ni ahora que nuestra fuerza se consolida, aceptamos reconocernos sólo en el lugar de víctimas y por eso, sobre todo después del último 3 de junio, la reacción machista se expresa en una fuerte operación mediática de demonización y persecución.

Denuncian que nos politizamos o que somos agitadoras radicalizadas. Y sí, nos politizamos desde el principio. Pero Ni una menos no es una agrupación partidaria. Hace política porque construye un discurso público, una agenda de demandas y acciones callejeras, y apuesta a una fuerza feminista capaz de torcer el rumbo asesino del patriarcado. Sí somos radicalizadas, pero en el sentido de ir hacia las raíces en las que se inscribe y explica la violencia. Apuntamos a cambiar las condiciones por las que se produce la violencia machista: la actual división sexual del trabajo, la justicia y el capital.

Se denuncian mentiras escandalosas como la inexistencia de nuestras asambleas o la utilización de textos que leen de manera literal con la idea de asustar a quienes aún no se acercaron a experimentar la potencia de marchar juntas y poner límites a la violencia machista naturalizada.

Cuando nos denuncian, quieren callarnos. Así como las fuerzas represivas ya internaron amedrentarnos al final de las movilizaciones de los Encuentros Nacionales de Mujeres -que inauguraron en 2015, después de 30 años de Encuentros, el uso de balas de goma y gases para dispersarnos- o en torno al paro del último 8 de marzo, ahora pretenden construir un cerco para evitar que el movimiento de mujeres siga creciendo y reclamando una sociedad no patriarcal. Le temen a la masividad y a la fuerza. Le temen a la capacidad heterogénea y horizontal de construcción y quieren, por ello, reducirla a una sola clave.

Proponen, al gran público, una imagen que condensaría el movimiento. Con esa invención intentan suplir la fuerza real, pero también, generar las condiciones para reprimirla. Ese terreno discursivo que construyen busca asustar a las mujeres que se movilizan sin reconocerse militantes, y a la vez prepara una ofensiva represiva contra el activismo feminista. Como lo hicieron en los Encuentros nacionales de mujeres en Mar del Plata y en Rosario y en la movilización vinculada al paro internacional del 8 de marzo y en la marcha del 3 de junio último en Buenos Aires: construir una escena artificiosa de pugna frente a las catedrales y una represión posterior que cada vez tiene más la modalidad de la caza. Hay 26 compañeras y compañeros judicializadxs por las detenciones del 7 de marzo y la represión del 8 de marzo.

Ni una menos surgió para denunciar las violencias que padecemos. Estos ataques, sincronizados y contingentes, son también violencia. Y la denunciamos como parte del pacto machista y del uso del periodismo para difundir prejuicios y sostener una cultura disciplinadora. Frente a esto proponemos más organización.

¡Ni Una Menos! ¡Vivas y libres nos queremos!