¿Qué otro deseo podría haber desafiado la lluvia persistente, el viento del sur, el frío en plena primavera, los charcos que humedecían los pies que no fuera el deseo de insumisión?
De eso se trató el Paro Nacional de Mujeres, el 19 de octubre de 2016, de poner en acto una rabia rebelde que nacía del dolor frente al femicidio de una adolescente que era descripto en los medios con todos los detalles que la crueldad inscribió sobre su cuerpo. Lucía Pérez, esa adolescente, había sido asesinada brutalmente el 12 de octubre de 2016. Ese mismo día 100 mil mujeres habían marchado en Rosario, al cierre del XXXI Encuentro Nacional de Mujeres, demandando con sus cuerpos en la calle por el fin de la violencia patriarcal, el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, por abrir espacio para todas nuestras formas de vida en la tierra. Y habían sido reprimidas brutalmente las fuerzas de seguridad.
Mientras nosotras nos organizamos, la violencia femicida se ensaña con crueldad. Cuando nosotras nos manifestamos la represión intenta disciplinar nuestra rebeldía. Contra eso, nosotras paramos el país el 19 de octubre, desobedeciendo el mandato del miedo; desafiando al patriarcado, todas nos vestimos de un mismo color ese día para reconocernos, para habilitar la manifestación contra la violencia machista en todos los ámbitos.
Decidimos parar frente al crimen de Lucía Pérez y contra la represión en Rosario porque nos convocamos antes en asamblea. Fue un llamado espontáneo al que respondieron muchas, reunidas en organizaciones o independientes, con la fragilidad compartida y el deseo de decir ¡Basta! Decidimos usar esa herramienta, la del paro, inspiradas en el Paro de Mujeres que se había realizado en Polonia el 3 de octubre de ese mismo año para resistir las reformas legales que se proponían para restringir el acceso al aborto. Pero sobre todo, decidimos parar porque frente a la represión y el femicidio de una adolescente que nos decían que nuestros cuerpos no valen, entonces dijimos: produzcan sin nosotras.
Parar, detener la vida cotidiana, hacer evidente nuestra producción de todos los días en tareas de cuidado y domésticas, en el trabajo formal y también en el informal, juntarnos para marchar desafiando una de las peores tormentas de la historia; todo eso nos permitió complejizar y a la vez volver disponible de qué modo la violencia patriarcal nos disciplina: no sólo en las relaciones interpersonales, también en los modos en que nuestra fuerza de trabajo es explotada y ni siquiera reconocida.
Este primer Paro Nacional de Mujeres se organizó en poco más de una semana. Los ecos de nuestra organización colectiva fueron más fuertes que las marcas de la crueldad: alentó a muchas otras, en los países más diversos a replicar la medida de fuerza tanto como la marcha. Por ese impulso nacieron grupos NI Una Menos en Chile, en Costa Rica, en Bolivia, en Alemania y en Austria. La acción que desplegamos se registró en la prensa de todos los continentes.
Nosotras paramos en octubre, al mismo tiempo que los líderes de la principal central obrera de nuestro país, la CGT se reunía con el presidente Mauricio Macri a tomar el té de espaldas al ajuste que se venía implementando, a la creciente desocupación, al vaciamiento del Estado. Nosotras paramos retomando una tradición que, en 1907, habían inaugurado las mujeres saliendo con sus escobas a la calle en la histórica huelga de inquilinos. Nosotras paramos para empezar a fraguar nuestra fuerza feminista en ese actor político inesperado que puede demandar a la vez por la integridad y la autonomía de los cuerpos y por una vida digna para todas y todos. Eso es lo que decimos cada vez cuando gritamos: ¡Ni Una Menos! ¡Vivas y libres nos queremos!