Ni Una Menos

lunes, 29 de enero de 2018

8M

El paro internacional feminista se inició en 2017 y desde entonces es un proceso que se va complejizando. Desde entonces, cada 8 de marzo requiere sostener coordinaciones transversales, la preparación de asambleas y la organización de la ocupación de la calle. La huelga feminista marca un acontecimiento decisivo en la historia del ciclo reciente de los feminismos masivos a nivel nacional y transnacional.

Los sentidos que habilita el paro feminista se vinculan a luchas históricamente relacionadas al trabajo de las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries y a las condiciones de vida de las mayorías. Lo que la huelga feminista pone en evidencia es el trabajo de cuidado, el trabajo invisibilizado, el trabajo comunitario. Todo lo que se trama como precariedad generalizada y refuerza las tareas invisibilizadas y naturalizadas una y otra vez sobre ciertos cuerpos. La huelga feminista reinventa una herramienta tradicional del movimiento obrero para hacerla más amplia, inclusiva y capaz de denunciar la división sexual, racista y patriarcal del trabajo en el capitalismo.

El 8M ha instalado una cita global que, en cada lugar, hace que la fecha exprese simultáneamente una experiencia internacionalista e interviniendo en las especificidades de cada coyuntura. El paro feminista pone un contenido de clase a las demandas y a la lengua de la protesta. Se construye como proceso político y, por tanto, como una acumulación de fuerzas que va proponiendo agenda, profundizando debates, subvirtiendo obediencias, tramando horizontes.

El 8M produce también un lazo histórico con el archivo de huelgas (de la huelga inquilina de 1907 a la huelgas fabriles en el siglo XX pasando por las huelgas en las rutas, más conocidas como piquetes), pero ahora ensanchando y llevando esa práctica a los interiores domésticos, a los territorios comunitarios y a las calles: todas las espacialidades laborales que la huelga feminista saca a la luz, valoriza y politiza.